domingo, 31 de octubre de 2010

El Verdadero Sinsabor del Helado de Fresa

"Le miré. Y sabía que él sabía que yo sabía lo que él sabía. Le sonreí con picaresca mientras el temor me atenazaba por dentro. Me había descubierto, aunque yo lo negara mil veces. Tal vez no supiera lo que yo escondía, pero ya había averiguado que yo ocultaba algo.

Caminamos por la llanura adoquinada, y perdí mi mirada gris entre las líneas de baldosas, siendo perfectamente consciente de que él me estaba mirando. Me sentí súbitamente desprotegida, súbitamente desconcertada y perdida.

Me abrazó, y yo, inútilmente, no pude cerrar los brazos en torno suyo. Rígida, como una tabla, me mostré desconcertada ante ese gesto, una muestra de una emoción que yo no entendía. ¿Debía sentir algo? ¿Qué era lo que me estaba perdiendo? Sospechaba que tras aquel acto se escondía un sentimiento muy profundo, pero no lo supe identificar. No conseguí entender lo que estaba tratando de decirme.

Y por aquello lo odié. Tal vez en otro tiempo habría entendido aquel gesto. Tal vez en otro tiempo habría podido levantar los brazos y haberle estrechado de la misma manera que él me estrechaba a mí. Sentí que yo podría haber sido capaz de manifestar un amor de tal magnitud como el que trataba de mostrarme en aquel momento.

Noté el frío, noté aquel viento gélido que se apoderaba de mi mente y mi corazón. El sabor de aquel helado era absurdo.

Buscar siempre algo no correspondido, sin importar el qué sea. Empeñarse en abrazar la piedra que cae al vacío. Pedir perdón al barro cuando este te ha insultado. Morder los trozos de cristal de la amargura. Llámalo como quieras.

Él dejó caer los brazos, lánguido, decepcionado. Noté su sufrimiento y su desilusión, su frustración al comprobar que no había conseguido nada. Y entonces, aquel perdido espectro infantil tomó posesión del inanimado rostro y al llegar a la encina, me volví y le mostré la mejor de mis sonrisas. La más pura, la más bella, la más sincera que me quedaba.

Reí como una niña con su sorpresa, ante aquel asombro que me gustaba tanto. Y no pude evitar preguntárselo a medida que yo comenzaba a desaparecer.

¿Qué? ¿Estaba rico?"

Grim Sade

Para tí, Chuvs. Un año, nada menos. 31/10/10

lunes, 18 de octubre de 2010

Sus dibujos.

La lluvia empezaba a caer, lentamente aumentando su intensidad. Elle corría, jadeante, asustado: aquellas gotas querían robarle su pertenencia más preciada. Abrazaba el cuaderno, con los extremos dañados del papel asomando entre las duras tapas de ébano unidas por un lazo de seda roja, tratando de salvarlo. Elle ya estaba calado sin remedio, pero aún podía salvar su esencia. Sus pies avanzaban con rapidez y agilidar hasta que una raíz se interpuso en su huída; cayó al suelo. Sus brazos, antes de caer, se extendieron para alcanzar el cuaderno, su ser; sólo consiguió que su caída fuese más dolorosa. Posó las manos sobre la hierva y alzó el rostro; sus ojos quedaron de frente al río, permaneciendo éstos primeros desorbitados durante unos segundos, hasta que fue capaz de correr hasta la orilla. Y ahí estaba el cuaderno, caído en el río, abierto, perdido. Las imágenes de papel fueron separándose una a una y a disgregarse por el agua. Metió las manos en el agua, cogió el papel mojado, intentando inútilmente de salvarse. Todo lo que consiguió fueron trozos de lo que había sido su vida, emborronados, deshechos. La sal brotó de la desgracia de sus ojos. Ya conocía lo que venía ahora. Inevitable. Irremediable. Imposible.

El agua borró la tinta de la vida que marcaron sus dibujos. Un río de colores es todo lo que queda de elle. Ahora no recuerda ya nada, y es una cabeza vacía que mira sentada todo lo que le rodea en su silla de mimbre, que mira y que no ve nada. Su vida sigue su curso lejos de él, lejos de los dibujos que sostenían su alma.

Patti Griffin - Rain