lunes, 14 de mayo de 2012

La ciudad demolida

Quieto, delante de mi reflejo, comenzaba a ver todo derretirse. Mientras esa copia exacta de mí se deformaba, me asaltó con voz metálica: "¿Es que has cambiado?"

Creía que había superado todo eso. Qué gracia, ni siquiera sé qué es "todo eso". Quizá solo sea el conjunto de todas esas cosas que no he tenido. Creía haberme convencido de que no las necesitaba, y creía haber podido ser de nuevo una buena persona, preparada para vivir, y que quizá sí tuviera un diamante escondido, uno que no necesitara que lo encontraran.
Pero, perdido en un laberinto del que, como un optimista explorador, espero encontrar la mejor salida, me he encontrado a mí mismo. Otro cuerpo exacto al mío. Pero no, no es exacto. Ese no lleva una lupa, ni unos ridículos pantalones cortos de montaña, ni los calcetines subidos, ni una gorra para protegerse del sol. Ese está desnudo, y parece que la carne haya huído de él. Sus labios no pueden esconder esos dientes tan conocidos, que no cesa de humedecer una y otra vez con la punta de su lengua, mientras sus párpados intentan mantenerse abiertos, y se tambalea avanzando hacia mí. No hace nada. Solo llega agotado y se queda quieto, frente a mí, jadeando, sin mirarme a la cara. Y yo me quedo ahí, frente a mí, y no salgo del laberinto.

No termino de comprender un fragmento de cada elemento de este mundo mío. Lo único que sé de verdad es que tengo sed. Tengo mucha, mucha sed.

Yo quería soñar...

domingo, 6 de mayo de 2012

Libélulas

Ella es como una libélula. Aparece en tu vida de pronto,  y quedas embelesado durante unos instantes por sus bellos colores, por el aleteo frenético de sus alas, por lo brillante que es. Y antes de que puedas pensar que es lo más hermoso que has visto nunca, ella ha desaparecido. Si tienes suerte es posible que alguna vez te parezca vislumbrar el destello que deja el rastro de sus alas. Pero normalmente nunca más vuelves a verla.


- Creo que nosotros hemos sido, y seguimos siendo así.
- Es posible. Pero al menos somos dos libélulas.
- Pero es por eso por lo que le perdemos el gusto tan rápido a las cosas. Y aunque no sea cuestión de perderles el gusto, si no de ir...cambiando de una cosa a otra. Porque sí. De la noche a la mañana.
- Una vez alguien me dijo algo brillante: eres incapaz de permanecer fiel a algo porque percibes la variedad de las cosas, te es imposible quedarte centrado en nada, porque sientes que te estás perdiendo algo.
- Totalmente. Creo que la vida es demasiado corta, y tiene demasiadas posibilidades como para vincularse de manera definitiva a nada. 
- Es posible. Estoy vacío por dentro ahora mismo. Tengo ganas de echarme a llorar o de romper cosas.
- Yo tengo la misma sensación que hace varios meses, de absoluto cinismo. Tengo ganas de destruirme a mí, de destruir a los demás y a lo que se me pase por delante. Sin dejar de brillar.
- Eso es. Exacto.


Y vestiremos mayas rotas de rejilla, y bailaremos lúbricamente contra la Luna poseyéndola, y nos pintaremos los ojos de negro. Vestiremos pesadas botas con hebillas de hierro y nos teñiremos el pelo de colores mágicos. Fumaremos y beberemos hasta que el cuerpo aguante, nos contonearemos sinuosamente para expresar nuestro deseo de vivir y morir, volveremos al exceso y a la decadencia extrema si eso es lo que pide el tiempo. Ahora sí. Lo echaba de menos.
999


http://www.youtube.com/watch?v=Lj_QLMZ6ogM
http://www.youtube.com/watch?v=eKB_isV-RWk


Grim

miércoles, 2 de mayo de 2012

Un simpa a lo grande

-¿Y nosotros, entonces, qué somos?- me preguntó mirándome con sus ojos de niebla.
-Somos los nocturnos- respondí tras apartar de mis labios mordidos el apestoso cigarrillo, sin dejar escapar, aún, el humo.
-Pero a mí no me gusta la noche.
-Tú eres la noche. Más que yo. Yo le tengo asco a todo lo está iluminado por el sol. Tú, sin embargo, le tienes pavor. Tú no puedes vivir si no es de noche.

Pasó un buen rato. Bueno, unos segundos, en realidad. Pero pareció más bien un buen rato, porque tenía el mismo carácter. Unos momentos en los que nadie dice nada, y cada interlocutor queda dentro de sí, sin tener en cuenta a quien tiene al lado, ya sea para reflexionar sobre el tema tratado, para canturrear una canción para sus adentros, o para dejar la mente en blanco. Sin dar el más mínimo aviso, se desvaneció en bruma y desapareció en la negrura. Una afilada risa escéptica rasgó las comisuras de mis labios mientras aspriaba de nuevo aquel veneno. Y decía que no le gustaba la noche...

Éramos los nocturnos. Sí, por rimbombante o pretencioso que pudiera sonar, lo éramos. Nosotros no andábamos igual que los demás, ni hablábamos igual, ni vestíamos igual. Apenas respirábamos igual. Nuestros ojos se abrían con la oscuridad, y acogíamos el silencio y los colores añil y púrpura, como hermanos nuestros que nos esperaban cobijados en el silencio de las calles vacías. Entonces sí teníamos casa, y familias, y olvidabamos que existía un horizonte que en algún momento volvería a teñirse del oro que despertaba a los muertos.

Me levanté, con el cuerpo frío y la boca caliente, y tras dedicarle una mirada furtiva al último cadáver resguardado entre las sábanas de lunares azules, me bajé del alféizar y salté al asfalto. Miré la lumbre extinta entre mis dedos, la tiré al suelo, bien lejos, y comencé a caminar decidido hacia la avenida.

Aquél no era un día nuevo. Era como todos los demás. Sabiéndome diferente, y más libre. Despreciando a quienes no podían levantarse de su cama. A pesar de lo que pudiera parecer por mis andares, no esperaba una revolución. Sencillamente, dentro de mí explotaba una sublevación, y no aguardaba nada de fuera. No creía ir a ver a los cuerpos salir por los portales en sus pijamas de rayas, ni pretendía que escalaran a sus propios nichos y mirasen la inmensidad del espacio. No esperaba nada de nadie. Solo vivía en mi escenario.