jueves, 24 de junio de 2010

Fallo, nieve y algo que se retuerce en el suelo.

Y ahora nieva. Sólo nieva. Y ante mi desgracia no puedo parar de reír, casi quiero gritar de alegría. Una paradoja afortunada que envuelve mi vida y me sugiere que termine ya con todo. El suelo cada vez resulta más acogedor y yo, tumbado en él, sigo girando de un lado a otro, estirándome, encogiéndome, carcajeando y derramando lágrimas. Ni siquiera puedo abrir los ojos, ¿no es maravilloso? Lo que mi fallido cerebro es capaz de hacer: convertir el dolor, la pena y la tragedia en risa y llanto. ¡Es fantástico, maravilloso! La blanca nieve continúa intentando envolverme por completo, colándose en mi sonrisa y calando mi ropa. Entonces empiezo a gritar. Son gritos de júbilo que contrastan con mi demacrada faz. Me retuerzo, me contorsiono, busco hacerme daño con mis movimientos. Crearon una mala persona, un defecto del mundo, y aquí lo ven: un patético chico que llora y ríe a la vez, que sufre y disfruta al mismo tiempo. Un deshecho que nadie quiere, que es sólo basura. Que es sólo basura y que lo sabe. Que lo sabe y lo ha aceptado.

Song: Red Hot Chili Peppers - Snow

"... la tentación es demasiado grande, la tentación es demasiado grande, la tentación es demasiado grande, la tentación es demasiado grande..." - se repetía mientras seguía lanzando sus lágrimas a cincuenta metros en el vacío.

Como lord Henry Wotton dijo a Dorian Gray: "La tentación sólo puede desaparecer sucumbiendo a ella."

miércoles, 23 de junio de 2010

Tu otoño.

Removía lentamente el agua azul elécrico de ese lago, acuclillado a sus orillas. Con la cabeza hundida entre mis rodillas, el pelo y los brazos mojados, sólo esperaba a que sucediera algo, cualquier cosa, no importaba qué. Relajé un poco los músculos de mis piernas, y me fui inclinando progresivamente hacia atrás hasta que un seco golpe en la espalda me indicó que ya había llegado al suelo. Estiré las piernas y me quedé tumbado sobre la arena, mirando el pálido y azulado cielo.

Entonces vino el suceso que andaba buscando. Fue un impulso, una idea. Me incorporé hasta quedar sentado con las piernas estiradas, saqué mi cartera marrón del bolsillo trasero de mis vaqueros tres tallas más grandes, busqué y encontré lo que quería. Lo dejé sobre la piedra, boca abajo. Miré mi cartera y un nuevo impulso me informó que no la quería para nada más, que no quería verla nunca jamás. Entonces la lancé lo más lejos que pude en dirección al lago, como si quisiese encayarla en la otra orilla. Cayó al agua con un ligero y breve chapoteo, elevando pequeñas gotas cyan. Había sido un buen recipiente, pero su utilidad había acabado ya.

Miré aquel papel rectangular a mi derecha. El dorso había amarilleado en apenas unos meses. Lo cogí por el lateral inferior y lo volteé con un imperceptible gesto del pulgar, el índice y corazón.

Era nuestra foto. Nuestra. Sé que jamás la quisiste, pero siempre pensé que sería nuestra. Sentí que mi cuerpo no me permitía seguir erguido, y volví a tumbarme. Extendí el brazo, observando el rectángulo a contraluz y algunos rayos de sol colándose por la esquina. Metí mi mano izquierda en el bolsillo de su mismo lado y la saqué junto con mi mechero. Alcé entonces la mano izquierda también. Un intento. Otro intentó. A la tercera, la llama se atrevió a visitarme.

Con la mayor lentitud posible acerqué nuestra foto al fuego, que temblaba tímidamente a la brisa. Prendió a los pocos segundos de entrar en contacto llama y fotografía, y bajé el brazo izquierdo, soltando y olvidándome del mechero. Me dediqué entonces únicamente a mirar cómo nuestra foto se deshacía en el aire en cenizas, humo y vacío, hasta el último momento.

Hinalé el humo de nuestra fotografía, envuelto en cama de magnolias y grava. Tu otoño llegó, y tan silenciosamente como llegó, desapareció sin dejar rastro.

martes, 22 de junio de 2010

Caprichos.

Y sólo quiero morder tus labios. Morder tus labios y gritar. ¡Y ya está! ¡Y se acabó! Girar, volar en el aire. Tambalearme sobre una superficie invisible mientras danzas a mi son, incitándo a mi mirada a pegarse a ti; tentandome en silencio silbilante.

Quiero agarrarte, abrazarte, tragarte, mirarte, no soltarte nunca y a la vez no acercarme jamás a ti, sin perder nuestro máximo de alejamiento.

Sólo quiero verte, pero no es lo único que quiero. Deseo tantas cosas... tantas que tienen que ver contigo y tantas que nisiquiera te tienen en cuenta pero en las que estás presente...

Quiero viajar contigo en barco, tirárme contigo por la borda de la mano. Quiero echarle un serio al sol a tu lado. Quiero, quiero y quiero más.

Caprichos, serán sólo caprichos. Pero esos caprichos te requieren.

lunes, 14 de junio de 2010

Cuando se huye de la nada

Su cabeza de cristal se tambaleaba, inestable, sobre su único, delgado y endeble pie negro de brea. Con sus largos brazos se desplazaba, lanzando sus falanges sin apenas forma hacia los objetos a los cuales quería agarrarse desesperadamente para darse impulso. Repetía esta operación contínuamente con un ansia frenético por avanzar, dejando tras de sí una hilera de porcelanas rotas y sedas rasgadas desperdigados por el estrecho desfiladero. Pero volvamos a su cabeza de cristal. Como una pecera rebosante, el agua turquesa escapaba por la azotea de su incompleta máscara transparente debido al movimiento. De sus labios prácticamente sellados apenas eran desprendidas dos gotas que caían por sus pacíficas comisuras. Su cabeza estaba tan llena de lágrimas que se derramaban con tan solo inclinarla. Su expresión fina y fría de cristal rompía con su angustioso y torpe caminar plagado de hastío y miedo. Su cara, pese al ligero temblor que la dominaba, era permanente. Finalmente, detuvo su huída. Su inexistente negro corazón palpitaba tan fuerte que se expresaba en forma de ondas en el líquido. Lentamente, con los enormes dedos apollados en ambos lados del pasillo, giró la pesada cabeza. El turquesa continuaba cayendo por sus cuencas huecas. Se apagó la luz. Se escuchó un "cras". Y nada.