miércoles, 28 de diciembre de 2011

Muérete, puto 28 de Diciembre.

-Esta noche, lo admito: maldigo al frío y estoy enamorado.
-Cállate, puta, tú no puedes amar.
-Que no insista no significa nada, solo sé que no serviría de nada.
-Mentira. Sabes que nada te importa.
-¡¡Quiero salir a la calle y gritarle al invierno que lo odio!!
-¿Y qué si te quedas sin una burbuja más de aire en tu piscina? ¡Te ahogarás igual si no sacas la cabeza!
-Es impotencia. Porque, ¿qué podría pretender? Es mejor oxidarse un poco más pero mantener la compostura.
-Cállate imbécil, no es amor, es solo sexo en tu cabeza.
-¿Sexo? Sí, es eso. Pero, ¿acaso hay alguna diferencia?

sábado, 12 de noviembre de 2011

Aniversario.

Ver durante la cena cómo la conversación de que mañana hacen tres años de la muerte de mi abuelo deriva en una charla sobre fórmula uno.

Hay pocas tradiciones que, racionalmente, acoja de verdad, en especial aquellas relacionadas con el paso del tiempo, con el celebrar el "¡Ey! ¡Que han pasado dos años!". Los cumpleaños, por ejemplo, son algo que no termino de valorar. Rara vez felicito el mismo día, y ya no hablemos de dar regalos. Estás vivo: bien, lo estoy todos los días de mi vida, y cada uno tengo más mérito por haber sobrevivido, no hace falta establecer un periodo de recuerdo. Sin embargo, entre todas esas costumbres, la que considero más respetable y de la que temo, en parte, dudar, es la de acordarse de los muertos. No de nuestros difuntos. De los muertos. Todas esas personas que han vivido, y han pisado tierra, viendo lo que nosotros vemos, sintiendo lo que nosotros sentimos. Ese colectivo de personas que han existido y en algún momento hicieron algo, lo que sea. Todos los que significaron algo para alguien, incluso aquellos que apenas pudieron llegar a abrir los ojos, puede que incluso sea más respetable pensar en ellos. Todos cuyo corazón haya escuchado latir el mundo en algún momento; todos los que dentro de ellos han alojado, sin que ninguna otra persona ahora lo sospeche, un cosmos. Temo, la temo muchísimo, le tengo terror a la muerte. Me confunde mirar a la tumba y ver un nombre conocido, saber que un cuerpo al que hablé y abracé, con quien me reí, está ahí abajo, dejando de existir activamente. Hace un tiempo vi a mi madre lavar su tumba, la de su propio padre, y me vino un pensamiento: "Ningún hijo debería enterrar a sus padres". ¡Y es estúpido, es lo natural! Pero... es tan natural y tan extraña... tan incomprensible, tan presente. Y tan, tan, tan posible. No me creo capaz de poder expresar lo que siento hacia la muerte, y menos los que siento hacia los muertos, hacia todos. Porque cuando una persona muere, la veo sin casa, bajo la lluvia y con el frío de una noche muy muy oscura que nadie puede iluminar. Y no sé siquiera si pueden darse cuenta.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Vértebras.

Son fotos caminantes, que sin saber por dónde pasan van dejando huellas de recuerdo. Son notas que se cuelan en la memoria y a mano armada hacen salir el temblor. Es mirarse en el espejo, y reconocer sólo el cascarón de una parte. Es meter tripa cuando nadie te mira, y es ponerse de puntillas y estirar el cuello. Son las rosas de papel que encuentras en los autobuses, o el sonido del pulsar de los dedos en las teclas de un teclado que no se escucha. Es alguna de esas cosas de las que nunca te acuerdas. Son las marcas de los dientes y las uñas, y de esas tres estrellas de hace años. Es haber arrugado el cielo con las manos.
En realidad, no es nada.

Mis doce uvas no se han cumplido. Mis vértebras han fallado.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Desprendimiento.

Un sonido es más desagradable que una imagen. Todo se agolpa en mis oídos, que lo escuchan todo, y entre la maraña afilada de ondas cortantes en mis tímpanos apenas son descifrables algunos gritos humanos.
Mi lengua está oxidada, ha generado grandes costras y supura todo el tiempo para no captar el hedor de este aliento de pútridas inmundicias descompuestas en la humedad fría de mi celda. Sus cuerpos es todo de lo que puedo alimentarme, y hace tiempo que sus entrañas y mi piel son una sola cosa, desde que caí sobre estas montañas de cadáveres que constituyen mi suelo, y cada vez que vuelvo a ver una luz que me arde los ojos y la silueta de otro cuerpo cayendo muerto sobre mí.
Sería mejor poder deshacerme de todos mis sentidos. Aún no he perdido el valor de vivir, pero sí he perdido el valor de saber lo que vivo. Esperaré, aunque nunca pase nada. Pero quiero esperar sin manos, sin lengua, inmóvil, sordo y tuerto.

martes, 1 de noviembre de 2011

Payaso mundo.

El niño sin dedos me miraba. Todo resultaba incoherentemente cotidiano. Los coches de época tocando el claxon a cada instante, las baldosas doradas de la calle, el confeti perpetuo cayendo del cielo, e incluso las tantas personas que caminaban marcha atrás. Y todavía yo, vestido con levita morada, sombrero de copa, y apoyando mis enfundadas manos en guantes sobre el redondo capitel de un bastón, miraba con normalidad a aquel niño sentado en el suelo con el uniforme del colegio que inmutable me aguantaba la mirada. Me agaché mientras recogía el bastón entre mi brazo derecho y mi costado, y al llegar a su altura, sin perder el contacto con sus ojos, extendí mi mano hacia él, con la palma hacia arriba y los dedos estirados. El niño inclinó la cabeza para mirarla un momento, y volvió a mirarme sin expresión alguna. Mis amoratados labios azules sonrieron, y mientras la cara del niño se teñía del más sincero horror y espanto cayeron mis dedos frente a él. Me le vanté, dejando de mirarle, y tras girarme me marché del lugar taconeando al ritmo de los claxones. Alcé la cabeza del bastón y en su reflejo pude ver al niño coger con sus muñones cada uno de mis dedos, masticarlos y engullirlos.

lunes, 31 de octubre de 2011

El perchero.

Solía mantener largas conversaciones con ese mueble. Reconocía cada veta de su cuerpo y de sus brazos, y sus medidas exactas. Se reía conmigo, y acostumbraba a hacerme preguntas, sin dejarme estar callado. Me contaba chistes. A veces simplemente nos quedábamos callados. Era fantástico bailar con él; nunca se le dio bien llevar el ritmo, así que era yo quien marcaba los pasos. Me encantaba que me dejara ver ese interés que sentía por mí, ese afán por conocer algo más que mis abrigos y chaquetas. Puedo decir que lo consiguió. Que ese perchero llegó a conocer más de mí que cualquier persona cuya voz fuese audible, y que es con quien más he bailado hasta la fecha.

Hoy tendría que estar fuera.

domingo, 23 de octubre de 2011

Dejado.

Hace frío. Se ha levantado una de estas brisas nocturnas que nos suelen mantener a todos refugiados en casa, viendo la televisión o cenando algo caliente. Pero ahora, con el viento enmarañándome el pelo, no quiero entrar. Estoy a gusto. No tengo escalofríos, y el aire helado me resulta agradable. El tejado raspa, como millones de piedrecitas enanas con punta mirando hacia arriba, clavándose en mis isquiones y las palmas de mis manos. Tengo las piernas separadas. Es curioso: yo antes nunca separaba las piernas. Y tampoco dejaba los brazos tan alejados de mi cuerpo. Hace un tiempo, si me quedaba quieto, me recogía, con los muslos siempre tocándose, o con una pierna encima de la otra; con los codos pegados a las costillas, y los antebrazos cruzados, tocando con cada mano el final de su opuesto, en contacto con mi vientre. Me gustaba sentirlo, esa ligerísima presión sobre mi cuerpo en el mayor número de zonas posibles. Separaba dos partes que estaban tocándose y el frío me hacía volver a la posición anterior. Ahora no. Algo ha cambiado. No me importa sentir el aire pasar gélido rozando las palmas de mis manos, entre mis dedos, la cara interior de mis piernas, de mis brazos. No me importa. Pasa, y ya no me estremezco. En un pasado lo necesité, necesité ese contacto. Ahora ya no. Ya me cansé de esperar, y diría que no podré esperar nunca más.

Mentira

domingo, 2 de octubre de 2011

¡Morid todos!

Hoy he decidido que voy a pasar de estudiar. Y que cuando sea mayor viviré debajo de un puente, y tendré tres perros, y a los tres los atropellará un tren. Tendré que buscarme un puente que esté cerca de un tren.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Lo que pasó.

Yo nací de una madre muerta. El treinta de septiembre de 2011, Helena Frida Montálvez acudió a misa, a pesar de ser viernes. El padre estaba leyendo un pasaje de la Biblia, nadie me supo decir cuál, cuando entró un hombre vestido con una camisa amarillo limón y un vaquero con un descosido en una rodilla y una pernera rota, y, dirigiéndose sin dudar recto hacia Helena, sacó un revólver plateado, apuntándola durante los últimos pasos de su trayecto. Helena se volvió segundos antes de que el proyectil atravesara su cabeza. Murió mirando a su atacante, sin tiempo para comprender la situación. El hombre apuntó sin mirar a otro lado y apretó el gatillo, cortando enteramente el dedo corazón de una mujer anciana, y con la vista fija en nada, pegó el cañón contra su sien y se quitó la vida. Una hora después del incidente, las manos de un médico me arrancaron del vientre de mi madre, adelantando mi nacimiento catorce días.

En honor a ti, que no te conozco y que hoy alguien injusto, inperdonablemente incoherente, ha segado tu vida y probablemente la de tu hijo que ni siquiera pudo llegar a abrir los ojos. Lo siento muchísimo.

martes, 30 de agosto de 2011

Bien es cierto que aunque pase y pase el tiempo, yo tampoco descuido tu recuerdo. Dudo mucho que llegue a ocurrir tal cosa, de suceder, dejaría de ser yo. Todas estas semanas parecen haberse desvanecido en cuestión de segundos, ¿verdad? Siento vértigo. Pero también gran alegría al constatar que permanezco en tu memoria. Espero todo te haya ido bien y hayas pasado miles de buenos momentos.

Un fuerte abrazo.

sábado, 30 de julio de 2011

Believe Me

Veo saltando a esa personita enloquecida por la música, emocionada, moviendo los brazos por encima de la cabeza, dejándolos a su aire, riéndo con la boca abierta, a carcajada limpia. Mueve la cabeza de un lado a otro, su pelo flota y se agita en el aire. Al caer en el último salto claba sus piernas con decisión en el colchón y, enfundada en su pijama de cuadros rojos y verdes, extiende un brazo hacia su público y con el otro agarra un micrófono de aire, acerca sus labios a él y canta suavemente, con los ojos cerrados fuerte: "Believe me..." Deja caer su brazo extendido. Vuelve la música a sonar fuerte, y de nuevo deja su cuerpo sin sentido, rendido al ritmo, volviendo a reír a carcajada limpia y a saltar. A saltar muy alto, a tocar el cielo con el brillo de su pelo. Con los brazos extendidos sobre la cabeza, libres. Cantando sin ninguna preocupación.

http://www.youtube.com/watch?v=OwcfOUrxC08

sábado, 23 de julio de 2011

... y la lluvia.

Hace algunos años, en un pueblo donde aprendí a mentir...

Ojalá. Ojalá no hubiese aprendido a mentir, o a callarme. Ojalá pudiese gritar y sonreír. Ojalá.

Con un corazón como motor, y un timón de letras...

Ojalá. Ojalá no se hubiese parado mi motor. Ojalá hubiese conocido otra sensación, una variante. Ojalá pudiese caminar, o alzar el vuelo. Ojalá.

Y descubrí que los besos que dan las sirenas son besos, y nada más; pero eso sí: con extra de sal...

Ojalá. Ojalá mis labios olieran a sal. Ojalá conociese el amargo sabor de una sirena. Ojalá no se hubiese secado mi piel. Ojalá.

Ojalá...

lunes, 11 de julio de 2011

La habitación de piedra

Diría que he despertado y me he topado con estas seis paredes encerrándome. Que nací ciego y ahora puedo ver, pero no hay nada que mis ojos puedan susurrarme, contarme cómo es al oído de mi consciencia. He perdido el sueño, y ahora, ¿qué? De qué me sirve estar despierto si no puedo moverme. He vivido mucho tiempo, mucho más del que me gustaría haber gastado como lo he hecho: durmiendo. Y ese sueño que hasta ahora ha sido mi vida se ha borrado, porque, al fin y al cabo, no era nada. Soy alguien que ha nacido con diecisiete años menos de vida y sólo puede lamentarse ante un muro que no puede tumbar. Estoy sólo en esta habitación, soy el único que se desplaza en círculos, dando vueltas, viendo simpre lo mismo, sin avanzar en realidad. Pero, ¿y esos cuerpos tumbados en el suelo? ¿Están dormidos o me están engañando?

P.D.: Pendiente de modificar. No me gusta nada, pero recoge una idea.

miércoles, 29 de junio de 2011

Metamorfosis de un olvido

Silencio, un silencio extraño. Pobres flores las que todavía sostiene en sus manos. Silencio, se oye una vez más. En su habitación él se apodera de su camino y sin importar como es, la lleva hacia lo desconocido como la primera, la última o la mortal. Sus esperanzas son huellas en la pared. Se dirige lejos, hacia su luna; le hace olvidar su melodía macabra. Mientras, fuera, abajo en las calles, él les mira y les odia por su amor, no tienen necesidad de tener joya alguna dentro de sus más pérfidos sueños. Fuera no existe la necesidad de preguntar quién se llevó aquellas maravillosas riquezas y huyó por el holgado pasillo. Todo se reduce a equitación sobre la luna mientras que en sueño de otros con su llave; él, el que se asemeja al sol con forma humana, se abre paso en sus cuartos.

martes, 14 de junio de 2011

Frágiles.

Sencillamente dejaría que mis manos callaran para siempre, para evitar que se rompiesen más al darse cuenta de que nadie las escucha.

domingo, 12 de junio de 2011

Prótesis

Llegó a su habitación, con el cuello mojado y los zapatos secos, y mientras se quitaba estos los débiles párpados volvieron a temblar. Veía esa figura, blanquecina, definida por las desirias de su mente, y por lo tanto tan turbias y difusas. Esa silueta que imaginaba tantas veces, cercana por nada, cercan porque no existía. Caminó a través de la habitación, parpadeando para no perder esa visión, para no caer en la desesperación tan absoluta que estrangulaba sus venas y le anudaba el intestino; para no desfallecer inútilmente y desplomarse en el vacío de ese abismo imaginario en su cabeza. La observaba, torpe, viendo más la figura que la realidad, desvistiéndose, moribundo de espíritu, y desalojando sus oídos de los sonidos del mundo. Desaució a los colores y a las formas verdaderas de sus ojos y cayó sobre su lecho, apretando con los dedos, los brazos y las piernas aquella sábana; abrazando aquella figura intangible. Sintió el roce de su piel con lo inmaterial de la blancura pura perteneciente a ese imposible que lo era todo. Se aferró a esos brazos ampotados de sus sueños que nunca podrían agarrarlo. Se sostuvo quieto, tumbado, pendiente de el hilo más fino, de su propia vida, consolado en el pecho de esa vaporosidad vacía que jamás podría existir.

domingo, 5 de junio de 2011

Verduzco monocromo.

Y yo ya no lo sé, si lo que quiero es abrazarte o lo que ansío es que me abraces. No sabría ser un protector y sin embargo eres tan frágil. ¿Qué pasaría si los dos nos romiéramos a un mismo contratiempo en un compás mal colocado? ¿Quién perderá el equilibrio antes? No sabría qué decir, si esto es amor o simplemente miedo a no ser amado. Tantas veces hemos despertado por la noche, uno tirado al lado del otro, recordando las horas antes susurrando, "te quiero". ¿Quién creería estas mentiras? Tú no, y yo tampoco. Pero en ese mágico instante en que escuchamos las palabras, ¡las creemos! ¡Nos obligamos a creerlas para así poder vivir! Porque tú no me quieres, y yo no te quiero. No somos sino simples apoyos dulces, cariñosos. ¿Es esto así? Dime, ¿lo es? Cuando las uñas rasgaron mi carne brotó sangre, pero yo no pude verla; sí vi cómo escapaba esa evanescencia verde, esa podredumbre maloliente quemando y deshaciendo toda la habitación. No sé que quiero, ¿abrazarte, que me abraces? Me gustaría volver a los susurros, regresar a ellos y no llegar a la mañana, quedarme ahí, ahí, ahí, simplemente susurrando y susurrando hasta quedarme sin voz. Me gustaría volver a ese abrazo simple, cálido, sin preguntarme qué significa, si es falso o verdadero.

Nota: Este texto resulta incluso demasiado lírico para mí, sólo experimentaba y no sé cómo habrá salido. Jolín, cómo gústanme las tildes. Siempre me han sudado fácilmente las manos.

viernes, 27 de mayo de 2011

Sus ojos cuando llora.

Se miró al espejo. Sus ojos eran pequeños, su nariz, torcida. Demasiadas pecas, por toda la cara; los labios, secos. Los hombros sin masa, acabados en pico, dejando caer el cuello de su camiseta en una curva catenaria hasta casi el final del esternón. Enseñó los dientes a su reflejo. Sus incisivos, uno redondo y otro liso; sus caninos truncados, sin punta, todos, aunque limpios, con un tono amarillento. Levantó las manos y siguió observándose en el espejo a pesar de tenerlas justo enfrente suyo. Los dedos ladeados, con hendiduras para que encajasen entre sí; uñas cortas, con estrías muy marcadas; un dedo más corto que su simétrico. Llevó los pulgares e índices a los ojos de su lado correspondiente y tiró de los párpados, estirándolos, hasta ver sus globos oculares casi al completo. La esfera llena de líneas rojas, el iris irregular, las pupilas, desiguales. Dejó caer los brazos, golpeando en la caída el borde del mármol antes de balancearse muertos a sus costados. Miró de nuevo su boca. Otra vez sus despintados labios tenían una curva convexa, en tensión, sin haberse dado cuenta, sin proponérselo. Se inclinó hacia adelante y tensó las comisuras hacia los lados todo lo que pudo, observando cómo entonces las líneas verticales de sus labios se separaban, abriendo la piel, ajándose. Los frunció, viéndose blancos y despellejados. Irguió la postura, mirándose al completo.
Deseaba verse bella, preciosa. Pero no lo era. ¡No lo era! ¿Quién decía lo contrario? Lloró ante el espejo, mirándose a los ojos, hasta que no pudo soportar más su imagen. Se sentó, llevando las arrugadas palmas a su cara para deshacerse sin que nadie pudiese verla. Una manga de la camiseta calló por el lado de su picudo hombro. Se frotó los párpados y se secó las manos en los pantalones mientras se levantaba. Volvió a verse en el espejo, inclinándose de nuevo. Sus iris ahora brillaban, verdes, azules y dorados, rodeados de un rosa que le resaltaba. Arqueó las cejas, sonrió, y saltó entusiasta, palmoteando. ¡Qué bonito!

viernes, 6 de mayo de 2011

La lectura.

Miró por la ventana. No; realmente miró la ventana. En cuanto comenzó a ver esos circulitos aparecer y deformarse resbalando por la lisa superficie del cristal cogió eufórico el rectángulo que descansaba sobre el edredón gris y salió corriendo, dirigiéndose a la puerta principal. La habitación quedó vacía.

Giró la manilla y tiró de ella. Veía finas líneas verticales aparecer y desaparecer continuamente en su campo de visión, y un murmuro calmado le besaba los oídos. Avanzó un par de pasos, y en cuanto su cabeza atravesó el límite imaginario que formaba el saliente del techo, sintió ese susurro parpadeante en su cabeza.

En su corazón nació una mariposa.

Se sentó directamente sobre el primer escalón, sin apoyar en ningún momento las manos en los terrosos baldosines y, con los pies algo separados y juntando las rodillas, tomó el rectángulo y encajó uno de su lomo en la hendidura formada por sus piernas, dejando sus manos a ambos lados de él. Las separó de golpe hasta tocar su pantalón con el dorso de sus gemelas espejadas, dejando así que el viento y la gravedad despegasen unas páginas de otras, flotando etéreas durante unos instantes, y que el azar decidiese qué superficie impresa quedase mirando inmóvil a la cara del entusiasmado.

Lentas, las gotas de lluvia se posaban suaves en el papel, mojándolo, aumentando su superficie, volviéndola irregular y abombándola. Unas pocas más destiñeron sus palabras en ríos oscuros, extendiéndose poco a poco por todo el plano del libro y manchando las hojas que se hayaban debajo de las que daban la cara al mundo. Cogió una página y trató de echarla a un lado para ver la siguiente. Se partió, muy despacio; se rompió por su propio peso, por su ahora más frágil y blanda estructura.
Apretó con sus dedos los montones de hojas a cada lado de sus manos, deformando parte del contenido de estas. Descansó, miró a las nuves, y dejó al cielo hacer.

En su corazón, una mariposa aleteaba.

Tomó las duras portadas del libro y lo levantó de golpe. Las páginas comenzaron a deshacerse, cayendo pastosas sobre el suelo, formando una montaña de papel mojado y letras desteñidas. El agua terminó de limpiar las tapas verdes del libro. Las miró, completamente vacías. Con una mano se levantó la camiseta y con la otra introdujo esta carcasa pegada a su vientre. Tomo la literatura informe, la aplastó con los dedos y, finalmente, se la echó al cuello.

lunes, 2 de mayo de 2011

La muerte de DaVinci

Hoy he estado en un cementerio. ¿Por qué incluso las personas que creen en la vida después de la muerte, en el cielo, al hablar con sus muertos lo hacen mirando hacia su tumba? ¿A qué hablan, a su alma o a su cuerpo?

Me he tenido que poner detrás de un árbol, y he preguntado qué árbol era. Era un ciprés. Es increíblemente alto. Casi parece que llegue hasta el...

sábado, 26 de marzo de 2011

"¿De verdad podría pedir un deseo justo ahora?"

"Nunca creí que mi vida pudiese ser en realidad tan retorcida como mi columna vertebral."

domingo, 13 de marzo de 2011

¿Por qué iba a creerlo?

Me he sentido raro al leer el texto. No me lo esperaba, ver mis propias letras como algo que ha importado. Bueno, quizá sólo eran el soporte de sus palabras y las mías no eran más que un insustancial entramado donde las suyas se engarzaban, pero estaban allí.

Es raro, porque yo siempre he estado aparte. Jamás he sido una pieza fundamental, ni siquiera para mí mismo. Desde mi perspectiva, mi vida entraba en pausa cada vez que me despedía de uno de ellos y ya no tenía nada que pensar, porque entendía tan poco de mí mismo que no servía de nada preocuparse en intentar averiguar cómo funcionaba esta pequeña cabecita estropeada. Entonces, lo raro es haberme encontrado mis palabras fuera de algo mío, puesto que es como si me estuviesen otorgando un valor extra.

No lo entiendo, ¿qué sentido tiene? ¿Valor para otro? Qué absurdo. No sé si me ilusiona, si lo desprecio, o si sencillamente no me lo creo.

Iba a extraer algo de sustancia de lo ajeno, algo para mantenerme, como sanguijuela novata que soy, y me encuentro con algo que me incumbe...

Es probable que... sencillamente, no me lo crea.

domingo, 6 de febrero de 2011

Estático.

Ya no lo siento. No he muerto, pero ya no parezco estar vivo. Todo es simplemente nada, el mundo es como una habitación vacía, con sólo polvo flotando en el aire. Únicamente, y en ocasiones, aparece la ira y atenta contra lo inerte. Camino, y mis pasos me llevan a un paraje exacto e igual a donde me encontraba antes, sencillamente porque todo es igual. Puedo girar, y mi vista me diría que estoy quieto. Estático. He parado de fluir, me he estancado, y no sé cómo ponerme en movimiento. Necesito reencontrar el dinamismo que me salve, que cambie mi paisaje y haga que mi corazón vuelva a latir. No escucho nada, y sólo percibo al tiempo mirándome en silencio. Parece que en cualquier momento atacará y acabará conmigo, pero eso no es nada más que el aspecto. Su ataque es más pausado, infinitamente lento y continuo. Me deteriora. Quiere matarme mientras consumo mi vida mirando a la nada, sin ánimo de buscar en el mundo una tierra nueva, salir de este lugar ensordecido y yerto. Temo. Quizá la ira se marche también. Así quedaré yo solo, perdiendo lo único que, en ocasiones, me hace sentir vivo.

http://www.youtube.com/watch?v=Bsm1A2lmHBg