lunes, 31 de octubre de 2011

El perchero.

Solía mantener largas conversaciones con ese mueble. Reconocía cada veta de su cuerpo y de sus brazos, y sus medidas exactas. Se reía conmigo, y acostumbraba a hacerme preguntas, sin dejarme estar callado. Me contaba chistes. A veces simplemente nos quedábamos callados. Era fantástico bailar con él; nunca se le dio bien llevar el ritmo, así que era yo quien marcaba los pasos. Me encantaba que me dejara ver ese interés que sentía por mí, ese afán por conocer algo más que mis abrigos y chaquetas. Puedo decir que lo consiguió. Que ese perchero llegó a conocer más de mí que cualquier persona cuya voz fuese audible, y que es con quien más he bailado hasta la fecha.

Hoy tendría que estar fuera.

domingo, 23 de octubre de 2011

Dejado.

Hace frío. Se ha levantado una de estas brisas nocturnas que nos suelen mantener a todos refugiados en casa, viendo la televisión o cenando algo caliente. Pero ahora, con el viento enmarañándome el pelo, no quiero entrar. Estoy a gusto. No tengo escalofríos, y el aire helado me resulta agradable. El tejado raspa, como millones de piedrecitas enanas con punta mirando hacia arriba, clavándose en mis isquiones y las palmas de mis manos. Tengo las piernas separadas. Es curioso: yo antes nunca separaba las piernas. Y tampoco dejaba los brazos tan alejados de mi cuerpo. Hace un tiempo, si me quedaba quieto, me recogía, con los muslos siempre tocándose, o con una pierna encima de la otra; con los codos pegados a las costillas, y los antebrazos cruzados, tocando con cada mano el final de su opuesto, en contacto con mi vientre. Me gustaba sentirlo, esa ligerísima presión sobre mi cuerpo en el mayor número de zonas posibles. Separaba dos partes que estaban tocándose y el frío me hacía volver a la posición anterior. Ahora no. Algo ha cambiado. No me importa sentir el aire pasar gélido rozando las palmas de mis manos, entre mis dedos, la cara interior de mis piernas, de mis brazos. No me importa. Pasa, y ya no me estremezco. En un pasado lo necesité, necesité ese contacto. Ahora ya no. Ya me cansé de esperar, y diría que no podré esperar nunca más.

Mentira

domingo, 2 de octubre de 2011

¡Morid todos!

Hoy he decidido que voy a pasar de estudiar. Y que cuando sea mayor viviré debajo de un puente, y tendré tres perros, y a los tres los atropellará un tren. Tendré que buscarme un puente que esté cerca de un tren.