viernes, 6 de mayo de 2011

La lectura.

Miró por la ventana. No; realmente miró la ventana. En cuanto comenzó a ver esos circulitos aparecer y deformarse resbalando por la lisa superficie del cristal cogió eufórico el rectángulo que descansaba sobre el edredón gris y salió corriendo, dirigiéndose a la puerta principal. La habitación quedó vacía.

Giró la manilla y tiró de ella. Veía finas líneas verticales aparecer y desaparecer continuamente en su campo de visión, y un murmuro calmado le besaba los oídos. Avanzó un par de pasos, y en cuanto su cabeza atravesó el límite imaginario que formaba el saliente del techo, sintió ese susurro parpadeante en su cabeza.

En su corazón nació una mariposa.

Se sentó directamente sobre el primer escalón, sin apoyar en ningún momento las manos en los terrosos baldosines y, con los pies algo separados y juntando las rodillas, tomó el rectángulo y encajó uno de su lomo en la hendidura formada por sus piernas, dejando sus manos a ambos lados de él. Las separó de golpe hasta tocar su pantalón con el dorso de sus gemelas espejadas, dejando así que el viento y la gravedad despegasen unas páginas de otras, flotando etéreas durante unos instantes, y que el azar decidiese qué superficie impresa quedase mirando inmóvil a la cara del entusiasmado.

Lentas, las gotas de lluvia se posaban suaves en el papel, mojándolo, aumentando su superficie, volviéndola irregular y abombándola. Unas pocas más destiñeron sus palabras en ríos oscuros, extendiéndose poco a poco por todo el plano del libro y manchando las hojas que se hayaban debajo de las que daban la cara al mundo. Cogió una página y trató de echarla a un lado para ver la siguiente. Se partió, muy despacio; se rompió por su propio peso, por su ahora más frágil y blanda estructura.
Apretó con sus dedos los montones de hojas a cada lado de sus manos, deformando parte del contenido de estas. Descansó, miró a las nuves, y dejó al cielo hacer.

En su corazón, una mariposa aleteaba.

Tomó las duras portadas del libro y lo levantó de golpe. Las páginas comenzaron a deshacerse, cayendo pastosas sobre el suelo, formando una montaña de papel mojado y letras desteñidas. El agua terminó de limpiar las tapas verdes del libro. Las miró, completamente vacías. Con una mano se levantó la camiseta y con la otra introdujo esta carcasa pegada a su vientre. Tomo la literatura informe, la aplastó con los dedos y, finalmente, se la echó al cuello.

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