lunes, 31 de octubre de 2011

El perchero.

Solía mantener largas conversaciones con ese mueble. Reconocía cada veta de su cuerpo y de sus brazos, y sus medidas exactas. Se reía conmigo, y acostumbraba a hacerme preguntas, sin dejarme estar callado. Me contaba chistes. A veces simplemente nos quedábamos callados. Era fantástico bailar con él; nunca se le dio bien llevar el ritmo, así que era yo quien marcaba los pasos. Me encantaba que me dejara ver ese interés que sentía por mí, ese afán por conocer algo más que mis abrigos y chaquetas. Puedo decir que lo consiguió. Que ese perchero llegó a conocer más de mí que cualquier persona cuya voz fuese audible, y que es con quien más he bailado hasta la fecha.

Hoy tendría que estar fuera.

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