martes, 1 de noviembre de 2011

Payaso mundo.

El niño sin dedos me miraba. Todo resultaba incoherentemente cotidiano. Los coches de época tocando el claxon a cada instante, las baldosas doradas de la calle, el confeti perpetuo cayendo del cielo, e incluso las tantas personas que caminaban marcha atrás. Y todavía yo, vestido con levita morada, sombrero de copa, y apoyando mis enfundadas manos en guantes sobre el redondo capitel de un bastón, miraba con normalidad a aquel niño sentado en el suelo con el uniforme del colegio que inmutable me aguantaba la mirada. Me agaché mientras recogía el bastón entre mi brazo derecho y mi costado, y al llegar a su altura, sin perder el contacto con sus ojos, extendí mi mano hacia él, con la palma hacia arriba y los dedos estirados. El niño inclinó la cabeza para mirarla un momento, y volvió a mirarme sin expresión alguna. Mis amoratados labios azules sonrieron, y mientras la cara del niño se teñía del más sincero horror y espanto cayeron mis dedos frente a él. Me le vanté, dejando de mirarle, y tras girarme me marché del lugar taconeando al ritmo de los claxones. Alcé la cabeza del bastón y en su reflejo pude ver al niño coger con sus muñones cada uno de mis dedos, masticarlos y engullirlos.

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