lunes, 23 de agosto de 2010

Taburete de sal

Mira ese taburete en las rocas a la orilla del mar. Mira sentado en él a la ciudad. Lo ves, ¿verdad? ¿Ves esos puntitos que caen? Son las personas cayendo de los altos edificios, de los rascacielos sin fin que rompen las nubes y los sueños. Un ser humano no fue hecho para aguantar tanto cristal, tanto carbón, tanto metal, tantos deseos sin llevar a cabo. Anclados en un futuro incierto, el vértigo les conduce irónicamente a una gran caída, larga físicamente, pero aún más larga es en sus mentes. En sus pobres, delgadas y consumidas mentes. Sigue ahí, sigue sentado en tu taburete mojado de sal; ahí estás a salvo de los horrores de la ciudad. Un patito de goma que se ahoga, que grita, que se moja. "¿Alguien entenderá algún día lo que pasa?" te preguntas mirando la tétrica escena. "¿Alguien comprenderá algún día que algo está mal?" te preguntas mirando desde el único lugar resguardado de locuras, impertinencias y maldades. No, hijo mío, esa es la respuesta. Nacimos necios y moriremos más necios. Toda una raza desperdiciada sólo para el goce y la alegría de unos pocos que, sentados en otros taburetes mojados en sal con llamas verdes, ríen y se divierten viendo a la gente caer. Viendo sus mentes desperdigadas y trituradas sobre el alquitrán.

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