domingo, 12 de junio de 2011

Prótesis

Llegó a su habitación, con el cuello mojado y los zapatos secos, y mientras se quitaba estos los débiles párpados volvieron a temblar. Veía esa figura, blanquecina, definida por las desirias de su mente, y por lo tanto tan turbias y difusas. Esa silueta que imaginaba tantas veces, cercana por nada, cercan porque no existía. Caminó a través de la habitación, parpadeando para no perder esa visión, para no caer en la desesperación tan absoluta que estrangulaba sus venas y le anudaba el intestino; para no desfallecer inútilmente y desplomarse en el vacío de ese abismo imaginario en su cabeza. La observaba, torpe, viendo más la figura que la realidad, desvistiéndose, moribundo de espíritu, y desalojando sus oídos de los sonidos del mundo. Desaució a los colores y a las formas verdaderas de sus ojos y cayó sobre su lecho, apretando con los dedos, los brazos y las piernas aquella sábana; abrazando aquella figura intangible. Sintió el roce de su piel con lo inmaterial de la blancura pura perteneciente a ese imposible que lo era todo. Se aferró a esos brazos ampotados de sus sueños que nunca podrían agarrarlo. Se sostuvo quieto, tumbado, pendiente de el hilo más fino, de su propia vida, consolado en el pecho de esa vaporosidad vacía que jamás podría existir.

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