viernes, 4 de noviembre de 2011

Desprendimiento.

Un sonido es más desagradable que una imagen. Todo se agolpa en mis oídos, que lo escuchan todo, y entre la maraña afilada de ondas cortantes en mis tímpanos apenas son descifrables algunos gritos humanos.
Mi lengua está oxidada, ha generado grandes costras y supura todo el tiempo para no captar el hedor de este aliento de pútridas inmundicias descompuestas en la humedad fría de mi celda. Sus cuerpos es todo de lo que puedo alimentarme, y hace tiempo que sus entrañas y mi piel son una sola cosa, desde que caí sobre estas montañas de cadáveres que constituyen mi suelo, y cada vez que vuelvo a ver una luz que me arde los ojos y la silueta de otro cuerpo cayendo muerto sobre mí.
Sería mejor poder deshacerme de todos mis sentidos. Aún no he perdido el valor de vivir, pero sí he perdido el valor de saber lo que vivo. Esperaré, aunque nunca pase nada. Pero quiero esperar sin manos, sin lengua, inmóvil, sordo y tuerto.

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