lunes, 14 de mayo de 2012

La ciudad demolida

Quieto, delante de mi reflejo, comenzaba a ver todo derretirse. Mientras esa copia exacta de mí se deformaba, me asaltó con voz metálica: "¿Es que has cambiado?"

Creía que había superado todo eso. Qué gracia, ni siquiera sé qué es "todo eso". Quizá solo sea el conjunto de todas esas cosas que no he tenido. Creía haberme convencido de que no las necesitaba, y creía haber podido ser de nuevo una buena persona, preparada para vivir, y que quizá sí tuviera un diamante escondido, uno que no necesitara que lo encontraran.
Pero, perdido en un laberinto del que, como un optimista explorador, espero encontrar la mejor salida, me he encontrado a mí mismo. Otro cuerpo exacto al mío. Pero no, no es exacto. Ese no lleva una lupa, ni unos ridículos pantalones cortos de montaña, ni los calcetines subidos, ni una gorra para protegerse del sol. Ese está desnudo, y parece que la carne haya huído de él. Sus labios no pueden esconder esos dientes tan conocidos, que no cesa de humedecer una y otra vez con la punta de su lengua, mientras sus párpados intentan mantenerse abiertos, y se tambalea avanzando hacia mí. No hace nada. Solo llega agotado y se queda quieto, frente a mí, jadeando, sin mirarme a la cara. Y yo me quedo ahí, frente a mí, y no salgo del laberinto.

No termino de comprender un fragmento de cada elemento de este mundo mío. Lo único que sé de verdad es que tengo sed. Tengo mucha, mucha sed.

Yo quería soñar...

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