lunes, 14 de junio de 2010

Cuando se huye de la nada

Su cabeza de cristal se tambaleaba, inestable, sobre su único, delgado y endeble pie negro de brea. Con sus largos brazos se desplazaba, lanzando sus falanges sin apenas forma hacia los objetos a los cuales quería agarrarse desesperadamente para darse impulso. Repetía esta operación contínuamente con un ansia frenético por avanzar, dejando tras de sí una hilera de porcelanas rotas y sedas rasgadas desperdigados por el estrecho desfiladero. Pero volvamos a su cabeza de cristal. Como una pecera rebosante, el agua turquesa escapaba por la azotea de su incompleta máscara transparente debido al movimiento. De sus labios prácticamente sellados apenas eran desprendidas dos gotas que caían por sus pacíficas comisuras. Su cabeza estaba tan llena de lágrimas que se derramaban con tan solo inclinarla. Su expresión fina y fría de cristal rompía con su angustioso y torpe caminar plagado de hastío y miedo. Su cara, pese al ligero temblor que la dominaba, era permanente. Finalmente, detuvo su huída. Su inexistente negro corazón palpitaba tan fuerte que se expresaba en forma de ondas en el líquido. Lentamente, con los enormes dedos apollados en ambos lados del pasillo, giró la pesada cabeza. El turquesa continuaba cayendo por sus cuencas huecas. Se apagó la luz. Se escuchó un "cras". Y nada.

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