martes, 24 de abril de 2012

Cicicinismo: El Verano de 2011

Me pintaba los labios de rojo en aquel cochambroso lavabo, cuando entró LA SEÑORA. Gorda. Hortera. Ruda. Como si hubieran embutido un buey de arado en una combinación de ropa sin el menor gusto, al azar. Sin el menor criterio, como quien lanza un dado de manera urgente y torpe sin preocuparse por su resultado. 
Me dedicó una mirada breve, plana, antes de pasarla por los inodoros, buscando el menos meado, quizás. Yo seguí poniendo morritos en el espejo.
Aquella vaca de pueblo consiguió encontrar un lugar de agrado para deshacerse de su orina, de su mierda, de su vida. Cerró la puerta. Escuché cómo se bajaba las bragas y eché un vistazo en el desagradable horizonte que existía entre el final de la puerta del retrete y el suelo insípido de baldosas blancas sucias, llenas de pis y papel higiénico. Las piernas abiertas, las bragas de encaje barato y vulgar de color rojo. 
Comenzó a mear. Me pregunté cómo tendría el coño. ¿Deslabiado? ¿Oloroso? Seguramente fofo y dilatado, tras haber parido a uno o dos vástagos malcriados pertenecientes a una generación de mierda regida por la superficialidad, el sinsentido y la más pura desestructuración.
Antes de que acabara de orinar, sentí asco hacia esa mujer y hacia mí misma. Supe que no podría volver a mirarla a la cara sin empaparla con mi esputo o sin partirle la boca sin dejar de preguntarle "Por qué". 
Fui demasiado cobarde, demasiado nihilista, demasiado condescendiente. Cerré la barra de labios con un golpe seco y me fui.

Grim

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