sábado, 3 de julio de 2010

Noche

Mis ojos se mueven en la oscuridad. Dos discos de hielo y lava que se mueven a la par, encerrados en esferas de cristal, mirando inútilmente a ninguna parte. Nada. Nada. Nada. Y ahí es cuando empieza todo.

Los ojos abiertos dejan de ser una estupidez y comientan a captar leves siluetas humeantes a su alrededor.. Siempre comienza así, tras haber esperado previamente un par de horas sentado y mirando sin poder ver.

Las siluetas, blancas y negras, adoptan una forma más definida. Una es un elefante con sombrero de copa; otra, una mujer caminando en la posición del puente; otras cuantas forman huellas de pies, unas detrás de otras...

Ya comienzo a sonreír. Noche tras noche, así había sido durante toda mi vida: desgastar el día, carcomerlo lo más velozmente posible y esperar pacientemente a que el verdadero mundo al que pertenecía llegase hasta mí.

Me pongo de pie, y empiezo a buscarle. Ando por el infinito espacio en el que ahora me encuentro, caminando entre flores aladas, seres llenos de ojos y corazones palpitantes atrapados en paredes invisibles que, sonriendo y saludándome al pasar, cobran cada vez mayor nitidez y realismo. Otra vez se ha escondido. Me molesta que lo haga, pero a la vez revive un sentimiento de aventura, misterio y diversión que adoro. Entonces tengo que buscarlo. En este mundo no son necesarias palabras, nuestros juegos empezaban sin previo aviso: en cuanto él o yo decidíamos empezar un juego, el otro ya sabía que el juego había empezado.

Subo escaleras invisibles; cabalgo sobre una cama voladora llena de brazos; caigo en un lago y nado hasta una burbuja; una mariposa me cede sus alas y vuelo hasta un bosque lleno de árboles de los que nacían los sonidos... Mi preciado mundo monocrómico me brinda aventuras que, día tras día, siguen siendo fascinantes.

Me paro en este bosque. Sé que está aquí. Mi sonrisa no puede ser más grande y verdadera. Empiezo a girar sobre mi propio eje mientras veo nacer el crujido de un hueso de aceituna que se muerde y el piar de una rana sin ojos, mirando todo lo que me rodeaba. Y llegué al lugar al que quería llegar.

Él salió de detrás de esa flor esférica y enorme que daba el fruto del sonido del diecinueve de septiembre. No hacía falta que le dijese que le había encontrado, en el momento en el que uno supiese que había encontrado al otro, este sabría inmediatamente que había sido descubierto.

Estoy enfrente de él, frente al único ser similar a mí que habita este mundo. Su pelo blanco, terminando horizontalmente a la altura del pecho, se balancea hacia un lado, movido por la brisa del suspiro de una madre cabra; inclina la cabeza hacia el otro lado, y su simpática risa se pierde en un eco lejano. Y entonces empieza a acabar.

Los hurones con cuernos se despiden de mí y los agujeros del cielo comienzan a rellenarse. Mientras sus ojos casi cerrados por su sonrisa siguen mirándome, yo observo cómo mi mundo me dice adiós y toda su monocromía se disuelve en torbellinos de un color al que yo llamo "nada". Le miro. No hacen falta palabras. "Hasta mañana". El mundo se comienza a deshacerse, despintando cada pincelada dada anteriormente, guardándose él mismo en su propia caja. Se termina mi mundo por esta noche. Se comienzan a colocar los lienzos del mundo real. Con plantillas y acuarelas de colores se empiezan a preparar los escenarios antes del alba. Todo dio una vuelta y, sin que nada cambiase, ya era de día en un mundo diferente. Hasta otra noche.

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